ATARDECER EN LA SELVA

ATARDECER EN LA SELVA
Una sublime luz despeja en el alma el aroma de soledad y desubre el profundo sentido trascendente de la vida

lunes, 3 de noviembre de 2014

LAS ALMAS ESTÁN SUELTAS

Al caer la noche de aquel 02 de noviembre tan diferente al resto de los días no se por qué, mis padres, mi hermano y yo nos preparábamos para ir donde mi "magestrudes", mi abuela paterna. Mi madre nos había arropado con tanto esmero con chompas y casacas, preparándonos para soportar el más intenso frío de la más oscura y misteriosa noche.

Después de asegurar muy bien la casa, emprendimos la corta caminata por las calles tímidamente alumbradas por las luces solitarias de los esbeltos postes, el frió propio de las noches “cajachas” parecía más intenso aquella noche, se respiraba silencio, el mismo que nos acompañó durante todo el trayecto.

Por fin llegamos luego de recorrer aproximadamente las cinco cuadras de distancia que parecían una eternidad, era una casa completamente de adobe, antigua y llena de recuerdos, al zaguán ancho le continuaba el patio empedrado, alrededor del cual se encontraban los cuartos incluida la sala, la penumbra inundaba el ambiente y mil sombras salieron a recibirnos, mis tías sonrientes contrastaban en medio de aquella escena tenebrosa.

En la sala, espaciosa y fría, igual de oscura que el resto de la casa, y alumbrada solo por algunas velas, se encontraba mi abuela, sentada sobre un petate tendido en el suelo y una frazada que le abrigaba los pies. “A ver mamá”, dijo mi padre al entrar y acomodándose en la silla reservada para él se cubrió el regazo con la frazada que sobre ella se encontraba, al mismo tiempo mi madre le saludaba: “Buenas noches señora Gestrudes”, mi hermano y yo no salíamos de nuestro asombro y casi sin mirarla solamente le decíamos: “buenas noches magestrudes” e instantáneamente buscábamos nuestro sitio sobre aquel petate para acurrucarnos junto a mi madre y no tanto por el frío áspero que se filtraba por debajo de la puerta como pidiendo permiso, sino por aquel “altar” que se erguía delante de nosotros, que desparramaba misterio y a pesar del miedo que en nosotros provocaba, no dejábamos de mirarlo.

Mi abuela, aquella anciana de carácter fuerte y mirada penetrante, se complacía enormemente con nuestra presencia y llamando a sus hijas, iniciaba el rezo por las almas benditas del purgatorio.

Sobre la pequeña mesa que era el “altar” cubierta con un mantel blanco se habían acomodado alguna imágenes de santos, un crucifijo, algunos otros sacramentales y en el centro de la mesa, como sintiéndose la agasajada de aquella noche que se recordaba a las almas benditas del purgatorio, estaba “la mochita”, un cráneo humano colocado dentro de una fuente tejida de fibra vegetal seca, a modo de “panera” y cubierta con un pañuelo blanco, dejando ver los huecos de sus ojos y de las fosas nasales, delante y al borde de la mesa completaban la escena los panes horneados el día anterior en el horno casero, el vaso de chicha de jora, la copa de aguardiente, los cigarros “inca” sin filtro y algunas frutas, que servían de banquete a todas las almas benditas del purgatorio. Y es que según la tradición esta noche todas las almitas estaban sueltas y visitaban a sus seres queridos, por lo tanto todos estábamos en la obligación de recibirlas con aquellos manjares que más les ha gustado cuando vivos.

Después de los rezos de rigor, empezaron los cuentos de misterio en los que, obviamente el personaje principal era “la mochita”.

No se cuánto tiempo permanecimos en aquel lugar, solo se que las historias eran interminables y nosotros nos sentíamos protegidos y seguros al lado de mi madre, nadie quería salir al patio y menos ir al baño, y todo ruido que escuchábamos parecía relacionado con las historias que contaban. Supongo que en algún momento de la madrugada nos quedamos dormidos mi hermano y yo.

A la mañana siguiente fuimos a la sala a ver el altar, encontramos a mi abuela que nos explicó: “las almitas han venido en la madrugada a comer, ¿ven cómo hay menos chicha en el vaso?, igual que el aguardiente, también hay menos en la copa; y miren el plátano parece que lo hubieran chupado y es que las almitas no tienen dientes”.

martes, 28 de octubre de 2014

UNA BRILLANTE IDEA

Cuando a Tony Meléndez le preguntaron ¿Qué es un milagro?, él respondió: “cuando veo levantar una mano, unas manos, eso es un milagro para mí”.

Y es que Tony Meléndez no tiene brazos, nunca los ha tenido, debido a un medicamento que le suministraron a su madre cuando estaba gestando y él nació así; y así aprendió a vivir, sin brazos.

Así aprendió a vestirse y alimentarse a desplazarse por la vida y, lo más sorprendente, a tocar guitarra con los pies.

Hoy puedo decir sin temor a equivocarme que un milagro es un hijo.

Pero un hijo es más que un milagro, es un don, un regalo que Dios nos da sin merecerlo y también una gran responsabilidad de la que Dios nos pedirá cuentas.

He comprobado la brillante idea que ha tenido Dios al “inventar” la relación padres – hijos, una relación que nace del amor para poder unir a dos seres humanos, y hacer crecer en ellos los sentimientos de protección, servicio y otros más como pena, preocupación, felicidad, etc. Y más aún, la relación nacida entre estos dos seres humanos es tan intensa y tan pura que son capaces de darse la vida mutuamente si las circunstancias lo ameritan.

Un día viajaba yo en un transporte urbano que se encontraba casi lleno de gente, de pronto, en un paradero subieron una anciana y un niño de no menos de cinco años que parecía ser su nieto, la anciana estaba muy sucia y vestía harapos, emanaba olores muy desagradables, parecía que nunca se había bañado, nadie quería acercarse por temor a “ensuciarse”, solo un ser humano pequeñito e inocente se le acercó y subiéndose a su regazo, la abrazó y la besó y no le importó ensuciarse ni le incomodó los malos olores que desprendía la anciana porque quizá ni los percibió o no era consciente de ello;  si, ese ser humano pequeñito era su nieto que le demostraba todo su amor y al mismo tiempo recibía mucho amor. Cruzó por mi mente la pregunta: ¿cómo puede ese niño acercársele sin tenerle asco como nosotros?....


Una sola fue la respuesta: Dios a “inventado” esa relación sorprendente al agrupar a los seres humanos en familias para que nos cuidemos unos a otros, y sin importarnos nuestros defectos, nos amemos.

domingo, 3 de febrero de 2013

EN LA FIESTA DE SAN JOSÉ


Un gran barullo ahuyentó mi sueño y casi de un salto ya estaba sentado en la cama, todavía estaba oscuro, la pantallita alumbraba desde la mesa de noche y mi madre corría de un lado para el otro, sobre el ruidoso entablado, desesperada porque el tiempo transcurría y ya llegaba la hora de ir a misa, mi padre en cambio, sin decir palabra ya estaba vestido con su tradicional terno y caminando lentamente se preparaba para el gran evento; el barullo era más fuerte allá abajo en el patio de la casa; me levanté en un santiamén, mi hermano seguía dormido por más que mi madre intentaba despertarle…. “¡levántate, que vamos a llegar tarde…. Apúrate…. ya están tocando las campanas!”.

Una fría brisa bañó mi rostro cuando salí del dormitorio detrás de mi padre, tímidamente la luz del día asomaba por los cerros y el cielo comenzaba a clarear, unos gallos cantaban a lo lejos alternando su canto como si dialogaran entre ellos; la bulla era ahora más intensa, bajando por las gradas de madera pude reconocer entre aquella gente al “cuetero”, con su poncho de lana, su sombrero de paja y sus cuatro barbas, que con sus ayudantes preparaban las dos docenas de cohetes y las ruedas que pronto iban a estallar en la plazuela de San José; estaban también “el Eusebio”, infaltable en los eventos familiares y su mujer “la Santos”, todos ellos campesinos acriollados, fieles amigos de mis padres.

“Buenos días Sr. Washita”, le saludaron a mi padre casi al unísono, al mismo tiempo que mi padre les respondía a cada uno por su nombre y concluía diciéndoles: “A ver ¿ya están listos?”. Y luego se repetía lo mismo con mi madre. “Buenos días señora Bertita”.

Más allá, junto a un improvisado fogón, la Lucinda preparaba las brasas para quemar el oloroso incienso, la Dina volvía de comprar el pan y se disponía a hervir el agua en las ollas de fierro fundido, para preparar el cafecito que se convidará a todos los devotos después de la misa.

“¡Vamos rápido antes que comiencen a reventar los cohetes!”, volvió a decir mi madre, mientras preparaba los cirios, envueltos en periódicos que la noche anterior había comprado especialmente para “San Josesito”.

“Eusebio, dile al “cuetero” que no vaya a reventar los cuetes antes que lleguemos, porque a mí me da mucho miedo”, continuó diciendo… “y no se olviden los fósforos”…. Y después de ello todos corriendo hacia a Iglesia, yo no sabía si para llegar temprano a la misa o para ganarle al “cuetero”.

Aquella misa era muy especial para toda la familia, sobre todo para mi hermano y yo porque, de acuerdo a la tradición, nos colocaban las capas de San José sobre las espaldas de cada uno de nosotros y arrodillados delante de la Imagen “escuchábamos misa”. El humo del incienso inundaba el ambiente y de rato en rato la explosión de los cohetes nos hacía saltar, literalmente, especialmente la explosión de las ruedas que además nos dejaba medio sordos.

martes, 29 de enero de 2013

SI AUN ESTUVIERAS VIVO....


Si aún estuvieras vivo…., te imagino sentado en la incómoda silla de tapizado verde, acurrucado, con las manos entre las rodillas y los pies muy juntos, protegiéndote del intenso frío serrano que cala hasta los huesos. Sobre la pequeña mesa, el televisor todavía en blanco y negro, único protagonista privilegiado que se gana inmerecidamente tu atención, el volumen no muy alto irrumpe el silencio nocturno y hace el amago de calentar la noche, tu rostro se ilumina y en la penumbra, una sonrisa se dibuja en él, tus ojos brillan absorbiendo las imágenes con inocente mirada, perplejos se pierden en el mundo fantástico de esa pequeña caja negra; toda tu atención se centra en aquella escena que te vuelve un niño perdido en un mundo de inocentes ocurrencias.

El tiempo va pasando atrevido y sin prisa, y la noche va mostrando su oscuro vestido, el frío arrecia cada vez con más intensidad, una brisa helada acaricia las hojas del naranjo, y ligera te envuelve en su manto, vuelves a acurrucarte y te cubres las piernas con la frazadita de lana que tu mujer te dio, porque sabe que a pesar del frío, no te moverás de ahí.

Un día más esta por agotarse, la rutina se repite incansable día tras día, noche tras noche y tú, cual niño ansioso esperas tu programa favorito.

Te he visto mil veces sentado en el mismo lugar todas las noches, he pasado muy raudo por tu lado, siempre ocupado en “mis cosas”, y tu siempre solo riendo disimuladamente….

Pero hoy te he notado triste, ya no ríes como antes, tu mirada se pierde en el árido y frío piso de loseta, sostienes tu cabeza con las manos y los codos sobre las rodillas, la noche resuelta expele su aliento mas frío, y mis huesos tiemblan, no se si de angustia o temor, no me atrevo a preguntar, pero se muy bien lo que ocurre….aquellos ojos, aquella mirada dulce y profunda a la vez, que en más de una oportunidad hurgó mi conciencia descubriendo mi culpa con tanta vehemencia que ni el más severo castigo asemejarse podría…., ya no es ni será la misma, herida está por la enfermedad….
 
Si aún vivieras….., me sentaría a tu lado y te pediría que compartas tu frazadita conmigo, nos acurrucaríamos los dos y volviéndonos niños reiríamos de aquella caja negra, disfrutaría de tu olor, de tu risa, de tu presencia, no se si me sentiría protegido por ti o si yo sentiría protegerte, pero de algo si estoy seguro, no me movería de tu lado.